Solemos expresar nuestro aprecio «hacia algo» según la cantidad que estamos dispuestos a desembolsar por ello. Pagamos por ropa de marca, cueste un pantalón 50 € o más, no importa, lo luciremos y lo verán. O, ¿quién no quiere tener un coche nuevo aún cuando suframos bajo el yugo de un crédito, y que este coche después lo rayen y al conductor lo multen? Y para colmo, el seguro, las reparaciones y el caprichoso mercado del crudo nos dejen en la quiebra. En fin, es la imagen que cuenta…
Al hablar de servicios -inodoros, invisibles y silenciosos por naturaleza- vigilamos nuestro bolsillo con mucho celo. Y cobrar por una traducción que pueda costar 6, 7, 8 o más céntimos por palabra (echa el cálculo cuánto cuestan 10.000 palabras, unas 20 a 25 hojas A4), parece ser «ofensivo». Reflexiona lo que es un traductor, la persona detrás de una traducción:
- Es nativo de su idioma, a menudo manejan 2 ó 3 idiomas extranjeros.
- Es licenciado/diplomado y especializado en algún tema, o varios.
- Investiga el tema a traducir si hace falta.
- Ha pasado miles de horas estudiando palabras, gramática, sintaxis, tecnicismos etc.
- Invierte en software caro.
- Traduce unas 2000 palabras al día y no tiene trabajo todos los días del mes.
- La mayoría son freelance.
- NO traduce «reemplazando una palabra por otra», ni usa «Google Translator» u otra página por el estilo, sino traslada el sentido del texto siguiendo reglas y costumbres claramente establecidas.
- Revisa su propio texto, unifica la terminología, gasta tiempo en emails para aclaraciones sobre el texto.
Todos estos servicios están cubiertos en 6, 7, 8… céntimos por palabra, ¿todavía te parece caro para que tú página web o manual, tu parte visible del negocio que lucirás y la que verán, estén bien traducidos?